lunes, 31 de marzo de 2008

LA FAMILIA

Angelina y Pablo, habían tenido dos hijos en quince años de matrimonio; Angela de 20 y Mauricio, de 24 años. Con mucha dificultad, éstos pudieron terminar el colegio y estudiar una carrera en la educación técnica superior.
Mauricio entrando a la adolescencia, ya había llevado a sus primeras pololas a su casa. Era un fauno que cambiaba mujeres con regularidad, hasta que aparecía la siguiente.
A veces las dejaba alojando y las chicas no tenían mayores reparos para no regresar a sus casas.
Unas tras otras iban pasando por esa casa y también las casas de los amigos, y de manos de un amigo a otro. Algunos muchachos también eran recomendados de manos de una a manos de otra amiga íntima, sin secretos de ninguna especie, con una ficha verbal de toda la potencia que daba el músculo, las horas de marcha, velocidad de marcha y el rendimiento.
Los padres no se atrevían a detener los desenfrenos de su hijo mayor, que se tomaba la casa con su grupo de amigotes, bebiendo en exceso, gritando como lo saben hacer los jóvenes, con la radio a máximo volumen, en medio de luces que se apagaban y encendían cada media hora, allí ocurriendo de todo.

_Ultima vez que les aceptamos que una amiga se quede a alojar. Esto no es un hotel.
Si quieren convertir esta casa en hotel, entonces paguen lo que cuesta un hotel.
_¡Pero mamá, por qué te pones así!
_ Porque Uds. dos son unos atrevidos e insolentes. Están estudiando. No tienen dinero, pero quieren que nosotros les paguemos los almuerzos, las onces, las comidas, los tragos y el hotel a sus respetivas parejas y las de reemplazo. Más encima son unos irresponsables que no se dignan lavar lo que ensucian, no son capaces de sacar la basura, no colaboran en nada y cada uno prácticamente vive con su pareja en su dormitorio. Sus parejas son unos vagos que se levantan a las 4 de la tarde igual que Uds. ¿Creen que somos sus sirvientes? No se dan cuenta lo inmaduros que son.
_Ya mamá, basta. ¿Crees que somos cabros chicos para que nos andes retando todo el día?
Uds. también fueron jóvenes, gritaron, patanearon e hicieron lo mismo que nosotros en su época. Si no te gusta como somos, nos vamos a la casa de mis suegros. Allá no nos molestan.
_¿Cómo te atreves…? váyanse, lárguense. Nos los quiero tener más sin hacer nada, mocosos de mierda. Salgan a buscar un trabajo y ayuden en las cosas de la casa. No hacen nada y se quejan porque les mencionan que no colaboran. Pero si se van a ir, váyanse ahora, no en dos años más, porque me tienen aburrida, igual que a tu padre, que ni lo respetan.

Al día siguiente, Angelina y Pablo tuvieron que tragarse su dignidad, cuando vieron que su hijo Mauricio por primera vez empacaba sus cosas, saco de dormir, guitarra, parca, luego de pedirle dinero a su hermana Angela y al pololo, salieron sigilosamente sin hacer el menor ruido con su novia, que más parecía su amante, porque había usado todos los anticonceptivos de los próximos veinte años, pero sólo en uno.

Esa noche, esos apesadumbrados padres salieron donde un matrimonio emparentado para desahogarse, tomarse unos tragos y olvidarse de los adolescentes de la presente generación. Allá pudieron comprobar que ocurrían hechos semejantes, porque los hijos también se alojaban con sus amores de turnos, como si se viviera Sodoma & Gomorra del siglo 21 en forma habitual, propio de la globalización y el condón.

Al observar Angela que su hermano se había ido a vivir a casa de esa mujer, sintió que todas las miradas de sus padres estaban concentradas en su comportamiento. Ellos la instaron a no repetir el mal ejemplo de su hermano. Antes de una semana Angela le había pedido a su enamorado irse a las 12 de la noche, no más besuqueo en el living, se acabaron las encerronas con llave en el dormitorio. Se diría que ella acusó recibo y comenzó a colaborar, a comportarse como la hija modelo que fue cuando niña.

Pasaron algunas semanas, cuando un día llegó de visita Mauricio. Venía solo. Muy atento, cariñoso con todos, respetuoso con su padre, muy alegre, bueno para la talla. Se veía otro al que partió, pero cuando le preguntaron por su chica, manifestó que estaba bien, buscando algún trabajo, pero los suegros y cuñados no muy comprensivos, lo habían echado de esa casa al enterarse que la Lucy estaba embarazada. El no quería tal llegada porque ninguno trabajaba.
_¿cuántos meses tiene?
_ dos, no más.
_¿qué vai a hacer Mauricio?
_ casarme cuando trabaje, poh. qué otra me queda. No me voy a arrancar.
_ puchas, estos cabros… ¿me vai hacer abuela, Mauri?
_¿han conversado de casarse? ¿cómo se llama la niñita con la que te casarás?
_Lucía Pinto. Lucy, para todos uds., papá.
_ No… hemos conversado de casarnos hasta que uno de los dos tenga un trabajo.
_¿Dónde van a vivir mientras encuentran trabajo?
_No lo sé. Porque allá están molestos conmigo.
_Claro, pus. Si te lo pasai en eso no más y les dejai la cabra embarazada. Además no te querís casar. Entonces, no les gustái por eso. Uds. se enviciaron. Pasan en eso todo el día.

Pasaron unas semanas y un día apareció nuevamente Mauricio con la Lucy, que traía la sorpre-sita tan comprimida que no se notaba. Del taxi se bajó el chofer y comenzó a bajar maletas, sacos de dormir, frazadas, la guitarra, parcas, cajas con zapatos, colgadores con ropa.
Tocaron el timbre y abrió Angelina
_ Mamita, te había echado tanto de menos ¿Nos aceptan a alojar por un tiempito corto?
_Mauricio, Lucy, que gusto de tenerlos por aquí de nuevo. Van a tener que acomodarse en el
segundo piso, en tu habitación. Entren las cosas, conversamos y después se acomodan para que queden confortables y se duermen.
_Vamos a tener que comprar algunas cosas que faltan, dijo Mauricio con cierta displicencia.
_¡Que…! ¿ya tenís trabajo?
_ No, todavía andamos buscando. Pero Uds. nos hacen un préstamo por unas semanas ¿ya?
_¿Qué necesitan tan urgente?
_ Una cama de dos plazas con un colchón gigante. Uds. comprenden ¿no es cierto?
_¡Oye que llegaste exigente! y Ud. mi amor, cómo se ha sentido. ¿me ha cuidado al nieto?
_Si tía… Lo estoy cuidando especialmente para que Ud. lo goce cuando nazca, tía.

El tiempo del embarazo se terminó en medio de tremendos estruendos nocturnos de la cama en el segundo piso que golpeaba agitadamente la pared del dormitorio con el respaldo, entre quejidos, gemidos, gritos de euforia despertando a todos dentro de esa casa y a los vecinos, sin ninguna inhibición.
El acto terminaba simbólicamente todos los días a altas horas de la noche, con la misma frase
_Te pasaste guatón. _ Tú también… cada día más rica, y luego se sentían lo pasos hacia el baño, el chorrro de orina en el centro de la tasa, justo en el agua, luego un pedo y minutos después la cascada femenina y la cadena. Ningún vecino del barrio dejaba así de enterarse.

Nació la criatura, fea como noche oscura, aunque todos les dijeron que era precioso.
El bautizo se consiguió con un contacto, sin cursos para padres, pues ellos no estaban para perder su preciosa ociosidad en una iglesia.
Esa tarde se reunieron los parientes de ella y de él, que ni se conocían, recibiendo los consabidos regalos para el durmiente, mientras los padres, tíos, abuelos, festejaron en grande.

Al día siguiente, a pesar de estar muy cansados, los abuelos Angelina y Pablo, se levantaron a lavar la loza, barrer, encerar, sacar la basura, limpiar y ordenar, cuando eran las 5 de la tarde sintieron que Mauricio les gritaba si le podían subir una tasa de té a él y a Lucy.
_ ¿Qué se habrán imaginado estos cabros flojos? Levántense ya, que es bien tarde porque tu padre y yo estamos limpiando desde las nueve.
_Viejita, rájate con un desayuno.
_¿Van a comenzar de nuevo con las exigencias? Bajen, toman desayuno y dejan lavado, en orden, porque nosotros también estamos cansados.

Esa casa fue rápidamente traspasándose de manos de los padres al haragán y la floja que invitaban como antaño a sus amigos y amigas a quedarse hasta las siete de la madrugada, en medio de ruidos de radio a gran volumen, gritos de todos, cantos, guitarreos, abrir y cerrar de puerta porque llegaba la nueva botella y muchos salud por la amistad de tantos años.

El niño feo gateaba por toda la casa, pero sus padres siempre estaban ocupados en su bullicioso vicio. Lucy pasaba exhausta de tanta exigencia, sin fuerzas ni siquiera para postular en alguna pega y lograr su primer trabajo. Ella jamás había trabajado en ninguna parte, ni siquiera para pasar el hambre. La televisión les corroía el alma y ambos se dejaban llevar por un programa tras otro.
Cuando el niño lloraba la abuela allí corría para mudarlo o darle sus alimentos. Ellos estaban muy complacidos de tener una niñera, que les comprara todo e hiciera comida a todos, totalmente gratis. ¡qué mejor se podía esperar!

Pasaron los meses. Mauricio postuló a algunos trabajos, pero sin ningún éxito. Ellos sólo hacían planes para el día que tuvieran trabajo, como si fuera el término de todos sus problemas. Lucy, bajo el pretexto del cuidado de su hijo, no hacía intentos de búsqueda. En nada colaboraba en la casa a sus suegros. Prácticamente pasaba encerrada en su dormitorio, algunos días sin bañarse, sin vestirse, como viviendo entre la ensoñación, la lujuria, la somnolencia y la flojera extrema.

Antes que el niño feo cumpliera un año, su suegra le pidió que se hiciera cargo porque debía salir. Eso no le pareció bien porque ya se había acostumbrado, entonces le replicó.
_ Tía, porqué no lo cuida el tío, porque hoy no me siento muy bien.
_ ¿Cuándo te hai sentido bien para cuidar a tu hijo, limpiar tu dormitorio, lavar y planchar la ropa de Mauricio, ayudarnos a preparar las comidas, lavar la loza, o hacer algo?
_ ¡Qué se mete Ud. en lo que no debe!
_¡Claro que me meto! Naciste cansada. Para eso soy la dueña de casa y en mi casa mando yo.
Eres una mujer floja que nunca va a mover un dedo, esperando que otros se lo hagan todo.
_ Hable con su hijo. ¡A mi no me viene a levantar la voz, señora!
_ Mira Lucy, tú y mi hijo son un par de flojos que no estoy dispuesta a soportar. Lárguense lo antes posible. Búsquense otro lugar. Váyanse a la casa de tus padres, si los reciben.

Esa tarde, cuando apareció el Mauro y Lucy le contó que los echaron de nuevo, entonces se pusieron a hacer sus bultos, llamaron un taxi, lo cargaron y partieron, gritando: ¡el niño lo vamos a venir a buscar otro día!

El feo cumplió cuatro años y jamás lo volvieron a buscar. Sólo el Mauro regresaba cada tres meses a verlo y al rato partía.
Cuando el niño cumplió 5 años, el Mauro regresó definitivamente a casa. Había roto con la Lucy, que jamás demostró interés por su hijo.
Padre e hijo se conocieron mejor, comenzando a normalizase una relación que antes no tenía ningún vínculo. Con el tiempo la yunta se hizo íntima y el padre algo responsable al fin.

WIRIYO

20.12.2007

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