viernes, 20 de junio de 2008

LA PINTURA

Ricardo, hacía 18 años que estaba casado, tenía tres hijos y trabajaba en su antigua casona, en su lugar de inspiración, para realizar sus pinturas. Su señora aparecía allí dos veces al día llevándole cosas de comer, entrecruzaban algunas frases donde estaba presente la laboriosidad del hombre, siempre muy ocupado. Sus hijos intentaban no interrumpirlo para evitar problemas posteriores en la mesa, a la hora de cenar.

El pintor tenía esbozado en el bastidor, la figura de medio cuerpo de mujer y había comenzando la segunda etapa: la pintura al óleo.
Sobre la tela, emergía el rostro era de una joven de tez blanca, enrojecida por el frío, pelo negro, negros ojos penetrantes muy bien logrados, que miraban fijo al pintor. Cuando le estaba dando una forma muy real a la nariz, un gesto de enojo en ella surgió a la vista del artista, que antes no había notado. Estuvo observándola desde diversos ángulos y distancias, entrecerrando sus párpados para detectar luces y sombras, hasta que decidió terminar por esa tarde.

Al día siguiente destapó el lienzo y comenzó a observar nuevamente el gesto del día
anterior, y no encontrando nada especial, siguió pintando prolijamente su boca entreabierta, el mentón,… dio algunos retoques al pelo que caía suelto sobre los hombros, para seguir completando el torso, brazos y cintura. Como artista fogueado observó la obra desde diferentes ángulos, para comprobar cómo estaba quedando.

Miraba y miraba el pintor, arriba, abajo, a un lado y otro cuando de pronto sintió una voz que le murmuraba suavemente:
_ Maestro ¿Por qué me hiciste tan fea?
El pintor no podía dar crédito a lo que ocurría _ ¿Tú puedes hablar? Estoy enloqueciendo. Puedes hablar… No te hice fea ¿cómo puedes saber si eres bella o no, si no te has visto en un espejo?
_ Mientras me pintabas ayer, el bastidor se reflejó en el vidrio de la ventana y pude verme. Al sentirme fea y vulgar, tenía que expresártelo de algún modo.
_Te traeré un espejo para que te veas en él y luego me dices que es lo que no te gusta.
…aquí está, obsérvate bien y dime cual es el error que cometí contigo.
¿Qué me dices ahora? ¿Cuál es tu reproche?
_ Me habría gustado ser rubia, tener ojos azules, mi piel blanca y no roja.
_ Pero tú estás loca mujer. He pintado lo que yo he querido, yo te he creado así, bella,
joven, sensual. Cualquier hombre daría su vida por tener alguien así a su lado.
_ Me hiciste pobre, porque mi ropa es pueblerina, no tengo joyas, ni alhajas,… yo aspiro a más.
_ Te equivocaste conmigo, porque no pinto a los nobles, ni a los burgueses. Pinto lo que veo a mi alrededor, a gente sencilla, a la gente de buen corazón, pinto al pueblo.
_ ¿Quién te dijo que yo era de buen corazón?
_ No me interesa quien me dijo o no me dijo. Simplemente pinto lo que me nace. No me hables más, mal agradecida, porque si no, te voy a envejecer hasta que parezcas enferma y con dolores, en en lecho de muerte.

Aquella noche el hombre se desveló con lo que había ocurrido. En medio de sus desvelos, sin querer, despertó a su mujer, la que preguntó qué le ocurría, y él le contó largamente con muchos detalles.
Al día siguiente, frente a la pintura se encontraban la señora de artista con sus hijos y por más que miraban con curiosidad la tela, concluyeron que era tan normal como todas las demás.

Días más tarde el pintor se puso a trabajar en aquella figura, blanqueando algo su piel, le hizo un elegante decorado a su vestido, le arregló algo el cabello, destacándole sus ojos verdes, y aquel cuadro comenzó a irradiar tanta alegría en el rostro, que una vez terminado, los compradores ofrecían cada día más por llevárselo, pero su creador nunca quiso, ni se atrevió a venderlo.

El artista observaba diariamente aquel rostro que lo alegraba, y terminó por encontrarlo su obra maestra. Sus conversaciones con la hermosa joven del lienzo lo cautivaron hasta que perdió la cordura. Desde entonces nunca más quiso salir de ese cuarto para regresar con su familia. Cierto día su mujer lo encontró tan ido, con la vista perdida en el retrato. Horas después el pintor se encontraba muerto por ese extraño amor.

Días después del funeral, un notario leyó su testamento ante su familia y amigos íntimos, quedando muy sorprendidos que su hija Renata, la joven del lienzo, era la única heredera

WIRIYO / 29.4.2008

1 comentario:

PsiquiatraPaciente dijo...

Ya pues, estoy esperando la nueva horneada!!!

Un abrazo!!