jueves, 27 de marzo de 2008

EL TIO ARMANDO

Willy tenía cerca de los veinte años cuando le anunciaron que su tío Armando había fallecido. Nunca pudo saber cuál era la enfermedad de su tío porque la familia no dió señales distintas que un sólido hermetismo, debido “al que dirán”.

Era tanta la curiosidad, que él y algunos primos se acercaron a conocer su rostro en la urna y todos le encontraron semejanzas familiares.
A pesar que el tío Armando había fallecido, nadie hablaba de él terminado el funeral. Era un desconocido por completo. Un enigma del que no se hablaba.

Los padres de Willy se fueron a la tumba con el secreto guardado y sólo años después, conversando con su tío Jorge logró saber la historia del tío Armando.
_ Yo estaba recién casado con tu tía y tu abuela me ofreció que fuera a administrar el campo. Me instruyeron acerca de las siembras, cosechas, riego, del pago de los salarios a los trabajadores, de las faenas constantes en el puente para que no lo llevara el río todos los inviernos. Cuando faltaban pocos días para partir me contaron que allá se encontraba Armando y yo debía hacerme cargo de él.
­_ ¿Qué tenía el tío Armando entonces?
_ Cuando Armando tenía 24 años era funcionario del Banco Español en la zona.
Era soltero, hombre tranquilo, muy quitado de bulla, pero de pronto se encontró en calidad de sospechoso por un robo que se había producido allí. Era incómodo vivir esa situación para cualquiera porque a todos los miran como sospechosos. Llegó el tercer día, ubicaron al ladrón y lo echaron del Banco.
Armando siguió trabajando, pero muy inquieto, pues cada vez que alguien lo miraba imaginaba que lo estaban inculpando. Este delirio de persecución se hizo más fuerte y con los meses fue tan insoportable para él, así es que al año tuvo que presentar su renuncia. Tenía sólo 25 años. En su casa, las horas de comidas se le hacían insufribles porque si algún hermano lo observaba al preguntar algo, él sentía que lo estaban inculpando por el robo. Su propia madre no podía hablar con él porque se incomodaba.
Así, se fue distanciando de la familia cada vez más, se fue aislando, ensimismado dentro de su problema y evitaba toparse con alguien.
Le comenzaron entonces a llevar su almuerzo al dormitorio. Pero su temor era tan grande que él esperaba los pasos se alejaran para abrir sigilosamente la puerta, escudriñaba que no estuviese alguien mirando y luego tomaba la bandeja para comer. Para sacarla hacía otro tanto. Para satisfacer sus necesidades acudía a su bacinica y la lavaba en el baño sólo en las noches, donde no encontraría a nadie en su camino.
Igual pasó bochornosos incidentes cuando algunas veces se encontraba con parientes. Se ponía a gritar para que salieran de su camino y no lo miraran o se regresaba corriendo a su pieza.
Cuando decidieron enviarlo al campo, él se debe haber sentido muy agredido.
Allí había una casa grande de madera, con dos pisos y él pasó a ocupar un dormitorio. De barba crecida, uñas muy largas, largo pelo ensortijado, el ermitaño comenzó su nuevo encierro acumulando piojos, mugre y alucinaciones.
_! Entonces justo antes de partir, tu abuela me encomendó la difícil tarea de preocuparme de tu tío Armando!
A los pocos días de haber llegado tuve que ir al pueblo a comprar un dormitorio completo incluyendo toda la ropa de cama, como también toda la ropa posible de su talla. Después tuve que organizar a los trabajadores para formar una cuadrillas en la casa y otra en el río junto al puente. Hicieron dos grandes fogatas junto al río, donde se colocaron a calentar dos tambores de 200 litros de agua, uno con creolina y jabón y otro con agua pura.
Frente a la casa se comenzó a hacer otra gran fogata. Mientras esto ocurría afuera, subían cinco mocetones a botar la puerta del tío Armando, que se volvió loco gritando por la invasión a su privacidad. Lo sacaron amarrado de pies y manos, lo subieron al coche tirado por un caballo, que partió muy rápido con aquel pasajero tan especial acompañado por huasos galopando y bajando el camino que llevaba al río, donde lo desnudaron y zambulleron en el tambor con insecticida para ovejas.
Allí, en medio de sus gritos, con una navaja le raparon el pelo, barba y pubis, le cortaron las uñas, lo volvieron a sumergir en el otro tambor para enjuagarlo y finalmente, luego de secarlo, lo vistieron con ropas nuevas.
El tío Armando estaba muy enojado y miraba con pánico a todos, en medio de gritos patadas, e improperios. Como tiritaba por el susto, le plantaron un poncho, lo amarraron y lo devolvieron por el mismo camino a la casa. Allí pasó a ocupar el dormitorio del lado, que había sido pintado y arreglado con antelación.
Mientras la comitiva estaba fuera, la otra cuadrilla sacaba todo lo que había en su dormitorio y lo echaba a una fogata para matar los piojos, chinches y enfermedades.

Después de ver en el estado mental que se encontraba Armando le escribí a tu abuela sugiriéndole que lo colocaran en un lugar especial para él. Casi dos años demoraron en llevárselo para Santiago para internarlo en la clínica del Carmen, lugar donde falleció.

Toda la familia soportó en silencio su enfermedad, con tal que ningún pariente o conocido preguntara por él durante más de medio siglo.
Ese fue el misterio de tu tío Armando, que la familia ocultó tan afanosamente preocupados por “el que dirán”.

_ ¡Los enfermos mentales hasta la mitad del siglo 20 eran tratados con la reclusión, para evitar que las familias pasaran un bochorno o fueran objetos de rechazo social!

_! Me parece increíble tío, que mis padres se hayan ido a la tumba con el secreto¡
_¡No le vayas a mencionar a nadie lo que te he contado! ¡Esto queda entre nosotros!

WIRIYO

30.09.2005

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