viernes, 28 de marzo de 2008

LA CASA DE RAMON

Ramón sintió como le hirvió la sangre, mientras su mujer, otra vez más en los 30 años de casados, le gritó muy molesta que abandonara la casa a la menor brevedad.
El se había dado cuenta que hacía muchos años, desde que ella había perdido su trabajo, no era la misma. Siempre criticando todo, quejándose porque se perdieron unas pantys, los lentes se habían quedado en el otro piso, las llaves del auto no aparecían, los hijos se hacían los sordos porque ella pedía sin cesar hasta el cansancio, mientras criticaba todo sin parar.
_¡Basta de alegar, vieja! ¿Por qué nos tienes que disparar toda esa basura, día a día?
_¡Mándese a cambiar, porque ya no lo soporto, mujeriego! ¡Ud. es el que me pone así!
_¡Cállate vieja, cállate por un instante! ¡Estás hablando sola! ¡Nadie te escucha! ¿No ves?

Los hijos reclamaban a la madre por tanto escándalo, mientras el padre dirigía la mirada hacía otra parte haciéndose el sordo. En ese hogar todos gritaban.
En su fuero interno Ramón se decía: ¡Qué se habrá creído ésta! Todo el día reclama por cualquier cosa. Ella es la que debería irse de una vez por todas y dejarnos tranquilos. Yo no me quiero ir. Aquí tengo mis hijos y mis cosas. ¡Aunque esta casa siempre lo he odiado desde que llegamos!
Voy a caminar para calmar mis tensiones. Sirve como terapia salir a orearse un rato.

Al regreso comenzaron nuevamente los alegatos porque apenas Ramón salió, había pasado el hombre del diario a cobrar el mes y no se le pagó porque no dejó el dinero.
_ ¡Salí a dar una vuelta de manzana y qué! ¿No te puedes callar un rato?
_ No pues. Ningún viejo lacho me va a venir a hacer callar, menos en mi casa.

Ella era una mujer sesentona, pensionada, dueña de casa hacía poco, físicamente alta y corpulenta, con una personalidad demasiado agresiva, en especial con su familia.
Tenía la costumbre de lanzar ofensas y descalificaciones sin pensar en las consecuencias y si eso era insuficiente, no tenía inconvenientes para irse a las manos con quien fuera, siempre al interior de su familia. Con los extraños a la casa tenía un trato suave, amable que la hacía encantadora y amistosa. La Imelda tenía doble personalidad.

Cuando se conocieron con Ramón, ella actuó con su mejor sonrisa y disposición para llegar a cautivarlo hasta que logró con el tiempo irse a vivir con él. Eran tiempos de los encantos, y así ella a los tres años lo descolocó con un embarazo no convenido. Se lanzó por si pasaba.
Ramón reaccionó con furia frente Imelda, quien tuvo que tomar sus cosas y regresar
por donde había llegado.

Meses después, ya sin preñez, volvieron a juntarse, pero las cosas nunca fueron iguales. Ella ahora sacaba por primera vez su cara hosca y mal humorada.

Ella entonces tenía cerca de 33 años y naturalmente quería tener un hijo. Lo conversaron y ambos estuvieron de acuerdo. Pero había que casarse para darle una buena acogida cuando llegara. Así se hizo, en forma muy privada; sólo familiares y amigos íntimos.
El, que trabajaba cuando acordaron el compromiso, fue despedido al mes siguiente.
Tuvo que mentir por vergüenza, cuando en la fiesta de boda, el suegro y un tío de ella le preguntaron como le estaba yendo.

Con el tiempo Ramón recuperó su trabajo y jamás volvió a perderlo porque llegaron hijos.
Imelda a esa edad tomó a este primer hijo como si por encargo divino un ángel le hubiera depositado en sus manos al niño Dios. Lo cuidó con gran amor y abnegación y a medida que fue creciendo, era celosa que Ramón pudiera intervenir en su cuidado y formación. El sólo se limitó a quererlo, pero como padre fue quedando marginado. Imelda lo bañaba, lo vestía, le daba de comer y estaba atenta a su protección, aún cuando el chico ya tenía 6 años. El niño creció con gran dependencia a la madre.
Cuando llegó su otro hermano, ella tuvo que preocuparse del nuevo bebé. El niño se murió de envidia al sentirse desplazado y comenzó a hacer de las suyas apenas descuidaban al bebé por algunos minutos. En sus desquites, siempre lo dejaba llorando.

La llegada de estos hijos, la preocupación obsesiva de Imelda por sus hijos, hicieron que Ramón, 12 años menor, se pusiera mujeriego y así llevaron una vida como se pudo. Vida de perros porque ella lo celaba demasiado, lo llamaba por teléfono a su oficina y al escucharlo, colgaba. En la casa le decía que era un viejo lacho, que se gastaba el dinero de sus hijos en farras y mujeres. Pero era una vida de perros igual, pues ella hacía todo a su modo. Jamás consultaba a su pareja para nada. Ramón, para no hacer las cosas más difíciles, a veces reclamaba un poco sólo para dejar constancia. El tenía gran apego por “el matrimonio” como institución y estaba dispuesto abandonar su mala fama, a dejar pasar todo con tal de evitar una separación.
Esto lo sabía ella, quien se aprovechaba de él. Por su parte él sacaba partido a las debilidades
de ella, contándole siempre los mismos cuentos del recargo de trabajo en la oficina, del amigo accidentado, la pana de auto, para tener un escape que no sacara ronchas..

Pero Ramón había llegado a un punto de saturación, que no estaba dispuesto a dejar pasar otro despido más. Ahora él tenía un momento de claridad para aceptar el despido de ella.
Tres años antes él había conocido una mujer viuda, con una hija casada, con quien tenía desde entonces un caluroso romance. Ella le había insinuado muchas veces que era el hombre de su vida, después de enlutar. Eso le daba una cierta seguridad sentimental.
Entonces agarró a Imelda y se las cantó claro. Esta quedó perpleja al oír la noticia porque igual lo quería, pero como tenía pólvora en las venas le puso pronta fecha de salida.
Al día siguiente Ramón estaba visitando a su amorcito que tanto lo entusiasmaba y le dijo que la amaba de verdad, que se mudaría a vivir con ella en unos días. La buena amiga había quedado complicada con la noticia y luego de unos nerviosos paseos por su departamento le insinuó que no abandonara su casa, porque ambos eran felices así y estaban muy bien.

Como el pobre Ramón había quemado sus naves antes de conversar con ella, tuvo que salir con dos maletas e irse a una residencial de mala muerte.

WIRIYO
20.07.2005

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