jueves, 27 de marzo de 2008

EL VIAJE

En poco menos que un suspiro, Ana dejó entrever que su vida era aburrida, tediosa y la relación con su marido comenzaba a deteriorarse. Luego de numerosas y ásperas discusiones, ella le solicitó abandonara la casa porque le incomodaba su presencia para la estabilidad de su entorno emocional y la de sus hijos.

Lucho sufría no poder compartir con sus hijos un almuerzo al mes, ahora crecidos e independientes.
Peinaba sus primeras canas, su ex señora se había casado hacía cinco años y él aún seguía recordándola. como un tonto, incapaz de rehacer su vida. La empresa en que trabajó tantos años, intempestivamente anunció una fusión que lo dejó cesante. Comenzó a buscar trabajo a sus 46 años, sin título alguno.

Cierto día, en medio de tanta frustración, paseando por una calle llamó su atención el cartel de una armería. Dos noches después estaba desolado. En menos de una semana estaba frente al mostrador de ese local y compró lo que pensó sería la solución a sus problemas.
Una noche, en medio de su depresión, tomó su pistola nueva, una botella nueva de wisky , dos cajas de tranquilizantes, un pijama, sus pantuflas y los echó al interior de un antiguo bolso de viaje algo gastado.
Incapaz de decirles como un hombre de verdad, prefirió escribirles una nota a sus hijos que dejó junto a su llavero, su chequera y salió muy tarde, cerrando la puerta por fuera para regresar jamás.
Se dirigió a un hotel de mediana categoría, ingresó al hall de recepción y pagó una habitación por la noche.

A las 4,30 horas de la madrugada, en medio de la embriaguez, con el rostro congestionado, grandes ojeras por su llanto, reproches a medio mundo, restos de licor en el vaso y la botella, con la televisión a un cierto volumen, le costó mucho trabajo sacar su pistola. El no sabía si estaba con seguro o no. Probó con la torpeza de todos los borrachos a los que traiciona su motricidad. Lloraba maldiciendo una vez más al de arriba por su mierda de vida y porque la alarma del despertador que había llevado no la podía detener. Acomodó con torpeza una y otra vez unos almohadones para amortiguar ruidos, sacó el seguro y abriendo su boca ingresó el gélido cañón en su interior. Segundos después, retiraba el cañón, al sentir que su orina corría, porque no era capaz de concretarlo. Un tropezón de borracho hizo que se cayera de espaldas y casi se le salió un balazó, dejándolo aterrado. Se le espantó la borrachera en menos de un minuto.
Esperó unos instantes tambaleándose. Agarró la botella de wisky bebiéndola por completo, para darse ánimo. ¡Vamos, huevón de mierda! ¡No te va a ganar una pistola! se dijo una y muchas veces. ¡Ahora
maricón! Abrió nuevamente la boca sintiendo el metal y sin pensarlo, haló...

A media mañana lo llamaron por teléfono y golpearon su puerta varias veces para avisarle que debía retirarse a las 12, pero nadie respondió.
Gran impacto provocó al conserje abrir la puerta, ver al pasajero en la cama, con su vista extraviada en el techo, en medio de sábanas manchadas con la sangre que había dejado de brotar de su cabeza y boca. El arma aún colgaba de su mano ensangrentada. Entre el pánico y la consternación, éste salió gritando hasta la oficina del gerente, a quien sobresaltó para que fuera a ver el muerto. Entre las carreras, los gritos, llamados telefónicos, llegó el encargado acompañado de muchos copuchentos, que se amontonaron en el umbral de la puerta haciendo los comentarios en voz baja. El bullicio era inevitable y se escuchaban los acallados llantos de una mucama.
Llegaron los detectives casi simultáneamente con los paramédicos de la ambulancia.
¿Está muerto? _Si, está muerto señor, dijo el ascensorista.
Cuando el cuerpo fue sacado en medio del estupor y curiosidad de los mirones, apareció la TV y la prensa para dejar grabado lo que más recrearía el morbo de la tarde. Un periodista entrevistaba al ascensorista, que muy convencido dijo lo habían asesinado. Otro, luego de interrogar a un mozo, escuchó que era un ajuste de cuentas entre narcotraficantes, que antes huyeron. La teoría del suicidio era otra que podría publicar, luego de los sollozos y dichos de la mucama. En medio de tanta confusión, un paramédico tocó la yugular del occiso y se percató que aún tenía pulso. Comprobado esto, fue subido a la ambulancia que partió a gran velocidad con todos sus estridentes sonidos.
La prensa se encargó de divulgar la noticia por TV, radios, periódicos, las diferentes teorías del suicidio, del asesinato o del ajuste de cuentas. No se descartaba que hubiera sido una venganza de homosexuales, en medio de una borrachera . Día a día estaban barajándose diferentes hipótesis con grandes titulares, hasta que Investigaciones, en posesión de la dirección del afectado, llevó un cerrajero para abrir su puerta, encontrando su chequera, sus llaves y la carta a sus hijos.
Entre el cariño de sus familiares cercanos y el cuidado esmerado de los médicos, Luis salió del estado muy crítico en que se encontraba, de vivir entre la vida y la muerte en el hospital.
Su recuperación fue lenta, pero constante. Su familia sólo tenía muchas dudas. ¡El Lucho está loco!
Ninguna certeza del estado en que viviría, luego que saliera. El diagnóstico médico era alentador porque dijeron que la bala ingresó y salió por la parte superior.
Recuperándose después en casa de un hermano, Lucho aún lucía con ojos exorbitados
Se le veía preocupado, inquieto, mirando diarios y revistas sobre su caso. Las nutridas visitas de los parientes lo ayudaron hasta el día en que su cabello volvió a crecer cubriendo la cicatriz.
Un amigo le ofreció un trabajo que aceptó a desgano, cuando su apariencia volvió a ser la de antes, mientras todavía había en su mente un cúmulo de perturbaciones que lo distraían y lo perdió prontamente.

El tiempo se encargó que no le importara ser un cesante. Diariamente, se levantaba y caminaba durante horas con indiferencia por las calles. La familia muy preocupada, lo financiaba aunque él a veces no se levantaba por días por falta de ánimo.
Un primo le pidió un día que lo ayudara en su trabajo, pero el Lucho que no tenía ningún interés en vivir, menos iba a trabajar.
Luchito se torturaba aún por su vida sin sentido; por haber intentado mover su mejor pieza, pero tan mal.
Tiempo después nuevamente el primo le pidió que aceptara dinero para dejar de bolsearle al resto y él fascinado lo recibió. Dos días después estaba nuevamente en la armería solicitando ahora una de calibre mayor.

En pocos días logró con éxito lo que antes resultó tan mal. Viajó a ese mundo al que deseaba pertenecer. Quizás en algún lugar remoto, su espíritu observe con gran placidez a los humanos en nuestros afanes y preocupaciones, mientras él ya no se molesta con problemas propios, ni ajenos.


WIRIYO

1-7-04

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