viernes, 28 de marzo de 2008

LA SOLE...

La Sole :


En pleno Febrero, cuando Carlos iba para la oficina se enteró que el gerente no iría ese día y de pronto cambió su rumbo, dirigiéndose a la playa. Allá se dedicó a contemplar el mar, a la gente y muy especialmente muchachas adolescentes para deleitarse con sus bellos cuerpos. El vestía atuendo de oficina. Casado, con hijos de casi veinte años, Carlos tenía un espíritu jovial y aunque asomaban sus primera canas, lucía una buena figura. Después de un suculento almuerzo, cuando regresó, se tendió en la fina arena con sus mangas arremangadas, disfrutando de la fresca brisa del mar y mirar mujeres en sus trajes de baños
Pasaron 20 minutos y apareció una muchacha, cuya diminuta tanga color verde calipso dejaba ver la forma armoniosa de su cuerpo, largas y bien contorneadas piernas, firmes nalgas descubiertas, un castaño y fino pelo largo permitía entrever un agraciado rostro que lo dejó atónito. Su presencia era percibida desde lejos por los que pasaban caminando. Tenía edad para ser su padre. Tanto la miraba, que de pronto la adolescente comenzó a sentirse observada, a fijarse en él, ya que la distraía. El pensó que había reciprocidad, pero no se atrevía a abordarla, más aún con los zapatos y calcetines abandonados en la arena.

Horas más tarde Carlos decidió aproximarse después de muchas dudas. Aprovechando un momento en que el grupo se disgregó momentaneamente, él se fue acercando lento, atentamente distraído, con los zapatos en una mano y una flor silvestre en la otra, que se la entregó preguntándole como se llamaba. -- ¡Me dicen Sole! dijo ella, con un aire de niña.
--¿Estás veraneando aquí con tu familia? -- ¡Si! ¡Vinimos con mi hermana y mi mamá!

El se sentía confuso y perturbado al estar junto a ella, atraído sólo por su físico - a pesar de los silencios - muy convencido de haber roto la brecha de la edad, imaginándola desnuda. De pronto le preguntó si se iba quedar hasta tarde en la playa.
-- ¡No, tengo que irme a comer pronto a la casa!.
--Pero después ¿bajas antes de la puesta de sol nuevamente? -- ¡Si, pero con mis familiares y amigos!
-- ¡Sole, te espero para que podamos conversar después! ¿qué te parece? -- ¡Yo ando en ese Toyota verde! señalándolo con su índice.
-- ¡Bueno, espérame y si puedo conversamos, pero ahora me tengo que ir! Cuando ella se despidió con un beso, Carlos enloqueció.

Más tarde, él subió al auto, se arrellenó en su asiento, abrió la guantera extrayendo un paquete de galletas. Durante ratos miraba por el retrovisor y cada cierto tiempo veía venir a la Sole, pero cuando ésta se acercaba se percataba que no era ella. Aguardó toda esa tarde hasta el anochecer. La vió venir muchas veces siempre confiado y la joven no apareció.




Estaba tan frustrado de haberse forjado ilusiones esperándola durante tantas horas. Cuando era de noche, manejaba de regreso a Santiago, habiendo maldecido a esa muchacha, y a él mismo por la ingenuidad de haberle creído.
El se acostó esa noche y no podía dormir, pensando en esa esbelta y bronceada muchacha de hermoso rostro que había dejado escapar.

Toda esa semana, Carlos no dejaba de recordar la imagen corporal de la adolescente, sus hombros, brazos y muslos recubiertos por una rubia y fina bellosidad como pelusa que brillaba dorada con el sol, su delgado cabello caído sobre sus hombros, sus miradas furtivas, todas y cada una de las frases, lo que debería haber agregado y callado.
Las noches eran de obsesión y recuerdos de ella; los días un constante desgaste por adivinar lo que ella pensaba; si él estaría en alguna parte de su mente, si lo estaría recordando.
Su trabajo se volvió distraido, más ausente, extenso y aburrido.
Esa adolescente lo había cautivado al punto que una semana después, un jueves laboral, no soportando su ansiedad, partió antes del medio día con dirección a esa playa y caminó en mangas de camisa por todas las calles en busca de esa loca obsesión.
Averigüó por todas partes. Dió su descripción. Manejó por todas las calles. Estacionó su automóvil y se dedicó a mirar y caminar por la playa, en ambos sentidos. De pronto, divisó a un adolescente que recordaba haber visto jugando con ella, al que se dirigió presuroso a preguntar si era amigo de la Sole. Al asentir el muchacho, agregó que se llamaba Soledad,
que desconocía su apellido, que vivían en la tercera casa de un piso, en la calle Los Boldos pero, que no sabía ningún dato más de ella.

Tras las últimas consultas acerca de donde encontrar la calle Los Boldos, Carlos se dirigió en su auto, muy ansioso a dicha dirección, pero la casa se encontraba cerrada, con las tapas de las ventanas puestas, sin moradores. Estuvo tocando la puerta, en un intento desesperado por si alguien aparecía.

Averiguó con los vecinos y supo que habían regresado todos a Santiago.
Nadie sabía nada de los últimos moradores, sólo que eran parientes de los propietarios, que les habían prestado la casa por dos semanas.

Una vecina le proporcionó el nombre, teléfono y dirección en Santiago de los dueños de la propiedad, lo que aminoró su grado de frustración. De regreso a Santiago venía pensando en la Sole y se preguntaba hasta donde estaría dispuesto a llegar con esa fantasía. En los días siguiente se preguntaba si ella estaría interesada en él, como para tener una aventura. Ese papel con el número telefónico le picaba el bolsillo, le hacía cosquillear de nervios el estómago, pero logró conseguir el número de la Sole bajo una excusa aceptable.
Llegó el día que estuvo decidido; marcó, y escuchó una grabación de la telefónica, comunicando que ese teléfono estaba fuera de servicio.

WIRIYO

Santiago, Mayo 8 del 2003


















La Sole :


En pleno Febrero, cuando Carlos iba para la oficina se enteró que el gerente no iría ese día y de pronto cambió su rumbo, dirigiéndose a la playa. Allá se dedicó a contemplar el mar, a la gente y muy especialmente muchachas adolescentes para deleitarse con sus bellos cuerpos. El vestía atuendo de oficina. Casado, con hijos de casi veinte años, Carlos tenía un espíritu jovial y aunque asomaban sus primera canas, lucía una buena figura. Después de un suculento almuerzo, cuando regresó, se tendió en la fina arena con sus mangas arremangadas, disfrutando de la fresca brisa del mar y mirar mujeres en sus trajes de baños
Pasaron 20 minutos y apareció una muchacha, cuya diminuta tanga color verde calipso dejaba ver la forma armoniosa de su cuerpo, largas y bien contorneadas piernas, firmes nalgas descubiertas, un castaño y fino pelo largo permitía entrever un agraciado rostro que lo dejó atónito. Su presencia era percibida desde lejos por los que pasaban caminando. Tenía edad para ser su padre. Tanto la miraba, que de pronto la adolescente comenzó a sentirse observada, a fijarse en él, ya que la distraía. El pensó que había reciprocidad, pero no se atrevía a abordarla, más aún con los zapatos y calcetines abandonados en la arena.

Horas más tarde Carlos decidió aproximarse después de muchas dudas. Aprovechando un momento en que el grupo se disgregó momentaneamente, él se fue acercando lento, atentamente distraído, con los zapatos en una mano y una flor silvestre en la otra, que se la entregó preguntándole como se llamaba. -- ¡Me dicen Sole! dijo ella, con un aire de niña.
--¿Estás veraneando aquí con tu familia? -- ¡Si! ¡Vinimos con mi hermana y mi mamá!

El se sentía confuso y perturbado al estar junto a ella, atraído sólo por su físico - a pesar de los silencios - muy convencido de haber roto la brecha de la edad, imaginándola desnuda. De pronto le preguntó si se iba quedar hasta tarde en la playa.
-- ¡No, tengo que irme a comer pronto a la casa!.
--Pero después ¿bajas antes de la puesta de sol nuevamente? -- ¡Si, pero con mis familiares y amigos!
-- ¡Sole, te espero para que podamos conversar después! ¿qué te parece? -- ¡Yo ando en ese Toyota verde! señalándolo con su índice.
-- ¡Bueno, espérame y si puedo conversamos, pero ahora me tengo que ir! Cuando ella se despidió con un beso, Carlos enloqueció.

Más tarde, él subió al auto, se arrellenó en su asiento, abrió la guantera extrayendo un paquete de galletas. Durante ratos miraba por el retrovisor y cada cierto tiempo veía venir a la Sole, pero cuando ésta se acercaba se percataba que no era ella. Aguardó toda esa tarde hasta el anochecer. La vió venir muchas veces siempre confiado y la joven no apareció.




Estaba tan frustrado de haberse forjado ilusiones esperándola durante tantas horas. Cuando era de noche, manejaba de regreso a Santiago, habiendo maldecido a esa muchacha, y a él mismo por la ingenuidad de haberle creído.
El se acostó esa noche y no podía dormir, pensando en esa esbelta y bronceada muchacha de hermoso rostro que había dejado escapar.

Toda esa semana, Carlos no dejaba de recordar la imagen corporal de la adolescente, sus hombros, brazos y muslos recubiertos por una rubia y fina bellosidad como pelusa que brillaba dorada con el sol, su delgado cabello caído sobre sus hombros, sus miradas furtivas, todas y cada una de las frases, lo que debería haber agregado y callado.
Las noches eran de obsesión y recuerdos de ella; los días un constante desgaste por adivinar lo que ella pensaba; si él estaría en alguna parte de su mente, si lo estaría recordando.
Su trabajo se volvió distraido, más ausente, extenso y aburrido.
Esa adolescente lo había cautivado al punto que una semana después, un jueves laboral, no soportando su ansiedad, partió antes del medio día con dirección a esa playa y caminó en mangas de camisa por todas las calles en busca de esa loca obsesión.
Averigüó por todas partes. Dió su descripción. Manejó por todas las calles. Estacionó su automóvil y se dedicó a mirar y caminar por la playa, en ambos sentidos. De pronto, divisó a un adolescente que recordaba haber visto jugando con ella, al que se dirigió presuroso a preguntar si era amigo de la Sole. Al asentir el muchacho, agregó que se llamaba Soledad,
que desconocía su apellido, que vivían en la tercera casa de un piso, en la calle Los Boldos pero, que no sabía ningún dato más de ella.

Tras las últimas consultas acerca de donde encontrar la calle Los Boldos, Carlos se dirigió en su auto, muy ansioso a dicha dirección, pero la casa se encontraba cerrada, con las tapas de las ventanas puestas, sin moradores. Estuvo tocando la puerta, en un intento desesperado por si alguien aparecía.

Averiguó con los vecinos y supo que habían regresado todos a Santiago.
Nadie sabía nada de los últimos moradores, sólo que eran parientes de los propietarios, que les habían prestado la casa por dos semanas.

Una vecina le proporcionó el nombre, teléfono y dirección en Santiago de los dueños de la propiedad, lo que aminoró su grado de frustración. De regreso a Santiago venía pensando en la Sole y se preguntaba hasta donde estaría dispuesto a llegar con esa fantasía. En los días siguiente se preguntaba si ella estaría interesada en él, como para tener una aventura. Ese papel con el número telefónico le picaba el bolsillo, le hacía cosquillear de nervios el estómago, pero logró conseguir el número de la Sole bajo una excusa aceptable.
Llegó el día que estuvo decidido; marcó, y escuchó una grabación de la telefónica, comunicando que ese teléfono estaba fuera de servicio.

WIRIYO

Santiago, Mayo 8 del 2003


















La Sole :


En pleno Febrero, cuando Carlos iba para la oficina se enteró que el gerente no iría ese día y de pronto cambió su rumbo, dirigiéndose a la playa. Allá se dedicó a contemplar el mar, a la gente y muy especialmente muchachas adolescentes para deleitarse con sus bellos cuerpos. El vestía atuendo de oficina. Casado, con hijos de casi veinte años, Carlos tenía un espíritu jovial y aunque asomaban sus primera canas, lucía una buena figura. Después de un suculento almuerzo, cuando regresó, se tendió en la fina arena con sus mangas arremangadas, disfrutando de la fresca brisa del mar y mirar mujeres en sus trajes de baños
Pasaron 20 minutos y apareció una muchacha, cuya diminuta tanga color verde calipso dejaba ver la forma armoniosa de su cuerpo, largas y bien contorneadas piernas, firmes nalgas descubiertas, un castaño y fino pelo largo permitía entrever un agraciado rostro que lo dejó atónito. Su presencia era percibida desde lejos por los que pasaban caminando. Tenía edad para ser su padre. Tanto la miraba, que de pronto la adolescente comenzó a sentirse observada, a fijarse en él, ya que la distraía. El pensó que había reciprocidad, pero no se atrevía a abordarla, más aún con los zapatos y calcetines abandonados en la arena.

Horas más tarde Carlos decidió aproximarse después de muchas dudas. Aprovechando un momento en que el grupo se disgregó momentaneamente, él se fue acercando lento, atentamente distraído, con los zapatos en una mano y una flor silvestre en la otra, que se la entregó preguntándole como se llamaba. -- ¡Me dicen Sole! dijo ella, con un aire de niña.
--¿Estás veraneando aquí con tu familia? -- ¡Si! ¡Vinimos con mi hermana y mi mamá!

El se sentía confuso y perturbado al estar junto a ella, atraído sólo por su físico - a pesar de los silencios - muy convencido de haber roto la brecha de la edad, imaginándola desnuda. De pronto le preguntó si se iba quedar hasta tarde en la playa.
-- ¡No, tengo que irme a comer pronto a la casa!.
--Pero después ¿bajas antes de la puesta de sol nuevamente? -- ¡Si, pero con mis familiares y amigos!
-- ¡Sole, te espero para que podamos conversar después! ¿qué te parece? -- ¡Yo ando en ese Toyota verde! señalándolo con su índice.
-- ¡Bueno, espérame y si puedo conversamos, pero ahora me tengo que ir! Cuando ella se despidió con un beso, Carlos enloqueció.

Más tarde, él subió al auto, se arrellenó en su asiento, abrió la guantera extrayendo un paquete de galletas. Durante ratos miraba por el retrovisor y cada cierto tiempo veía venir a la Sole, pero cuando ésta se acercaba se percataba que no era ella. Aguardó toda esa tarde hasta el anochecer. La vió venir muchas veces siempre confiado y la joven no apareció.




Estaba tan frustrado de haberse forjado ilusiones esperándola durante tantas horas. Cuando era de noche, manejaba de regreso a Santiago, habiendo maldecido a esa muchacha, y a él mismo por la ingenuidad de haberle creído.
El se acostó esa noche y no podía dormir, pensando en esa esbelta y bronceada muchacha de hermoso rostro que había dejado escapar.

Toda esa semana, Carlos no dejaba de recordar la imagen corporal de la adolescente, sus hombros, brazos y muslos recubiertos por una rubia y fina bellosidad como pelusa que brillaba dorada con el sol, su delgado cabello caído sobre sus hombros, sus miradas furtivas, todas y cada una de las frases, lo que debería haber agregado y callado.
Las noches eran de obsesión y recuerdos de ella; los días un constante desgaste por adivinar lo que ella pensaba; si él estaría en alguna parte de su mente, si lo estaría recordando.
Su trabajo se volvió distraido, más ausente, extenso y aburrido.
Esa adolescente lo había cautivado al punto que una semana después, un jueves laboral, no soportando su ansiedad, partió antes del medio día con dirección a esa playa y caminó en mangas de camisa por todas las calles en busca de esa loca obsesión.
Averigüó por todas partes. Dió su descripción. Manejó por todas las calles. Estacionó su automóvil y se dedicó a mirar y caminar por la playa, en ambos sentidos. De pronto, divisó a un adolescente que recordaba haber visto jugando con ella, al que se dirigió presuroso a preguntar si era amigo de la Sole. Al asentir el muchacho, agregó que se llamaba Soledad,
que desconocía su apellido, que vivían en la tercera casa de un piso, en la calle Los Boldos pero, que no sabía ningún dato más de ella.

Tras las últimas consultas acerca de donde encontrar la calle Los Boldos, Carlos se dirigió en su auto, muy ansioso a dicha dirección, pero la casa se encontraba cerrada, con las tapas de las ventanas puestas, sin moradores. Estuvo tocando la puerta, en un intento desesperado por si alguien aparecía.

Averiguó con los vecinos y supo que habían regresado todos a Santiago.
Nadie sabía nada de los últimos moradores, sólo que eran parientes de los propietarios, que les habían prestado la casa por dos semanas.

Una vecina le proporcionó el nombre, teléfono y dirección en Santiago de los dueños de la propiedad, lo que aminoró su grado de frustración. De regreso a Santiago venía pensando en la Sole y se preguntaba hasta donde estaría dispuesto a llegar con esa fantasía. En los días siguiente se preguntaba si ella estaría interesada en él, como para tener una aventura. Ese papel con el número telefónico le picaba el bolsillo, le hacía cosquillear de nervios el estómago, pero logró conseguir el número de la Sole bajo una excusa aceptable.
Llegó el día que estuvo decidido; marcó, y escuchó una grabación de la telefónica, comunicando que ese teléfono estaba fuera de servicio.

WIRIYO

Santiago, Mayo 8 del 2003



















La Sole :


En pleno Febrero, cuando Carlos iba para la oficina se enteró que el gerente no iría ese día y de pronto cambió su rumbo, dirigiéndose a la playa. Allá se dedicó a contemplar el mar, a la gente y muy especialmente muchachas adolescentes para deleitarse con sus bellos cuerpos. El vestía atuendo de oficina. Casado, con hijos de casi veinte años, Carlos tenía un espíritu jovial y aunque asomaban sus primera canas, lucía una buena figura. Después de un suculento almuerzo, cuando regresó, se tendió en la fina arena con sus mangas arremangadas, disfrutando de la fresca brisa del mar y mirar mujeres en sus trajes de baños
Pasaron 20 minutos y apareció una muchacha, cuya diminuta tanga color verde calipso dejaba ver la forma armoniosa de su cuerpo, largas y bien contorneadas piernas, firmes nalgas descubiertas, un castaño y fino pelo largo permitía entrever un agraciado rostro que lo dejó atónito. Su presencia era percibida desde lejos por los que pasaban caminando. Tenía edad para ser su padre. Tanto la miraba, que de pronto la adolescente comenzó a sentirse observada, a fijarse en él, ya que la distraía. El pensó que había reciprocidad, pero no se atrevía a abordarla, más aún con los zapatos y calcetines abandonados en la arena.

Horas más tarde Carlos decidió aproximarse después de muchas dudas. Aprovechando un momento en que el grupo se disgregó momentaneamente, él se fue acercando lento, atentamente distraído, con los zapatos en una mano y una flor silvestre en la otra, que se la entregó preguntándole como se llamaba. -- ¡Me dicen Sole! dijo ella, con un aire de niña.
--¿Estás veraneando aquí con tu familia? -- ¡Si! ¡Vinimos con mi hermana y mi mamá!

El se sentía confuso y perturbado al estar junto a ella, atraído sólo por su físico - a pesar de los silencios - muy convencido de haber roto la brecha de la edad, imaginándola desnuda. De pronto le preguntó si se iba quedar hasta tarde en la playa.
-- ¡No, tengo que irme a comer pronto a la casa!.
--Pero después ¿bajas antes de la puesta de sol nuevamente? -- ¡Si, pero con mis familiares y amigos!
-- ¡Sole, te espero para que podamos conversar después! ¿qué te parece? -- ¡Yo ando en ese Toyota verde! señalándolo con su índice.
-- ¡Bueno, espérame y si puedo conversamos, pero ahora me tengo que ir! Cuando ella se despidió con un beso, Carlos enloqueció.

Más tarde, él subió al auto, se arrellenó en su asiento, abrió la guantera extrayendo un paquete de galletas. Durante ratos miraba por el retrovisor y cada cierto tiempo veía venir a la Sole, pero cuando ésta se acercaba se percataba que no era ella. Aguardó toda esa tarde hasta el anochecer. La vió venir muchas veces siempre confiado y la joven no apareció.




Estaba tan frustrado de haberse forjado ilusiones esperándola durante tantas horas. Cuando era de noche, manejaba de regreso a Santiago, habiendo maldecido a esa muchacha, y a él mismo por la ingenuidad de haberle creído.
El se acostó esa noche y no podía dormir, pensando en esa esbelta y bronceada muchacha de hermoso rostro que había dejado escapar.

Toda esa semana, Carlos no dejaba de recordar la imagen corporal de la adolescente, sus hombros, brazos y muslos recubiertos por una rubia y fina bellosidad como pelusa que brillaba dorada con el sol, su delgado cabello caído sobre sus hombros, sus miradas furtivas, todas y cada una de las frases, lo que debería haber agregado y callado.
Las noches eran de obsesión y recuerdos de ella; los días un constante desgaste por adivinar lo que ella pensaba; si él estaría en alguna parte de su mente, si lo estaría recordando.
Su trabajo se volvió distraido, más ausente, extenso y aburrido.
Esa adolescente lo había cautivado al punto que una semana después, un jueves laboral, no soportando su ansiedad, partió antes del medio día con dirección a esa playa y caminó en mangas de camisa por todas las calles en busca de esa loca obsesión.
Averigüó por todas partes. Dió su descripción. Manejó por todas las calles. Estacionó su automóvil y se dedicó a mirar y caminar por la playa, en ambos sentidos. De pronto, divisó a un adolescente que recordaba haber visto jugando con ella, al que se dirigió presuroso a preguntar si era amigo de la Sole. Al asentir el muchacho, agregó que se llamaba Soledad,
que desconocía su apellido, que vivían en la tercera casa de un piso, en la calle Los Boldos pero, que no sabía ningún dato más de ella.

Tras las últimas consultas acerca de donde encontrar la calle Los Boldos, Carlos se dirigió en su auto, muy ansioso a dicha dirección, pero la casa se encontraba cerrada, con las tapas de las ventanas puestas, sin moradores. Estuvo tocando la puerta, en un intento desesperado por si alguien aparecía.

Averiguó con los vecinos y supo que habían regresado todos a Santiago.
Nadie sabía nada de los últimos moradores, sólo que eran parientes de los propietarios, que les habían prestado la casa por dos semanas.

Una vecina le proporcionó el nombre, teléfono y dirección en Santiago de los dueños de la propiedad, lo que aminoró su grado de frustración. De regreso a Santiago venía pensando en la Sole y se preguntaba hasta donde estaría dispuesto a llegar con esa fantasía. En los días siguiente se preguntaba si ella estaría interesada en él, como para tener una aventura. Ese papel con el número telefónico le picaba el bolsillo, le hacía cosquillear de nervios el estómago, pero logró conseguir el número de la Sole bajo una excusa aceptable.
Llegó el día que estuvo decidido; marcó, y escuchó una grabación de la telefónica, comunicando que ese teléfono estaba fuera de servicio.

WIRIYO

Santiago, Mayo 8 del 2003

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