Debido a una larga convalecencia de un amigo cercano, finalmente falleció.
Juanito nunca se casó y tuvo una vida de trabajo, algo solitario, sin mujer, sin hijos, ni descendencia directa alguna. Sus hermanos eran para compartirlos una vez por semana en diversas casas, donde visitaba a su madre.
De pocos, pero buenos amigos, alcanzamos a enterarnos en el momento oportuno para estar con él y sus familiares en “el velorio”.
Las tradicionales velas hace más de medio siglo que fueron reemplazadas por ampo- lletas, pero sigue aún la costumbre de llamarlo “velorio”.
Toda parroquia tiene un lugar destinado a iluminar a los muertos que yacen en las tinieblas misteriosas del más allá, recinto ideal para hacer vida social, encontrarse con parientes de la fiesta del matrimonio anterior, se actualiza la información de contactos aptos para entregar tarjetas comerciales, preguntar cómo han estado los que no están presentes, cuantos nietos tiene, si mantiene el mismo trabajo, si vive en la misma casa, si sigue yendo a veranear a tal lugar, etc. y que, curiosamente sirve también, por añadidura, para enterarse de qué murió el finado.
Nunca falta alguien muy cristiano que sugiere rezar por el alma del difunto y católicos muy observantes, todos buenos para el rezo, lo siguen con mucha rapidez.
Minutos más tarde se escucha el siguiente murmullo... Dios te salve María, llena eres de gracia... en medio de una conversación de autos modelo del año, su rendimiento en ciudad, los caballos de fuerza y el aire acondicionado..... Santa María, madre de Dios, ruega por nosotros los pecadores... Pero, déjame tu teléfono para que se vayan a comer a la casa. ¡Claro, pero yo te voy a llamar apenas nos entreguen la casa de la parcela para que la inauguremos con un buen asado¡..... Padre Nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre... ¡Jorge, tu señora te anda buscando fuera¡... ¡ Dios te salve María, llena eres de gracia...¡Mi amor, no lo podía encontrar¡ ¡Con la Monona estábamos pensando ir al Parque Arauco a comprar¡... Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros los pecadores...¡Tu me recomiendas invertir en Chispas, no en Endesa¡... Padre Nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre...
De pronto se escucha una voz femenina que insta a quienes interrumpen el rosario, salir a conversar al patio. ¡sigamos conversando fuera mejor¡ ... con permiso, con permiso...¡Jorge, mi viejo querido... que gusto de verte¡ ...Dios te salve María...
Es triste reconocerlo, pero del fallecido se acuerdan algunos pocos.
A unos les baja el espíritu de rezar, otros tienen gran espíritu para conversar, otros aprovechan de mover sus negocios y otros les baja nostalgia familiar obsesionados
por preguntar de todos los que han sido exitosos en sus trabajos, o se encuentran muy delicados de salud. De los pobres, de los cesantes y los jubilados emparentados o que alguna vez fueron grandes amigos, actualmente sanos, no se acuerda nadie.
Cuando termina oficialmente el acto de “iluminación”, el grupo disperso y formando pequeños grupos de hasta cinco personas, unidos por simpatías, afectos, por algún bienestar, o la política partidista, se va dirigiendo lentamente hacia la puerta.
A todos se les olvida cuál era el propósito del acto al que asistieron y algunos pocos siguen sorprendiéndose que Juanito hubiera muerto para siempre, otros siguen insistiendo en verse más a menudo porque no es posible reunirse sólo en los funerales y matrimonios, otros siguen hablando de trabajos, malas rentabilidades de los depósitos de plazo, autos, los últimos viajes, lo malo del gobierno de turno, etc.
Unos prolongan una conversación que ha sido un agrado disfrutarla, otros se despiden, alguno se ofrece llevar para que les conozcan el auto nuevo y otros se arrancan para no llevar a nadie. ¡Entonces, mañana aquí mismo a las 10.AM y luego al cementerio en caravana¡ Chao¡ Chao¡
Una señora sola que se había dirigido a despedir en forma muy discreta al difunto fue señalada con mucho disimulo por algunos como el amor oculto, ahora sintiendo su partida con mucha dignidad y entereza.
Ese día cada cual llegó vestido como le cayó vestirse en la mañana, con el auto en el estado que se encontraba. Al día siguiente, la cosa es distinta. Todos llegan muy elegantes, como si fueran invitados a un matrimonio. Traje oscuro la gran mayoría de los invitados. Autos recién lavados para no desmerecer ante nadie.
Ahora es la iglesia, en su nave central donde reposa Juanito, rodeado de coronas, ramos de flores, pariente y amigos en mayor cantidad que se enteraron de su nuevo estado permanente.
En primera fila la madre, hermanos y familiares cercanos. No hay viuda ni hijos que lo lloren, pero en cambio lagriméan su madre y una hermana acongojada.
Aparece un curita feo, como casi todos, con lentes potos de botella y túnica morada, seguido por un acólito viejo, cara de solterón, semicalvo, flaco y de rostro pálido.
Comienza la misa de responsos y todos de pié. El curita pasea como contratado
frente al altar, y dice palabras y frases conocidas por todos: Juan Olmedo, tu muerte
es sólo el inicio de la vida eterna. ¡Amén¡ recita la asistencia.
_ Juan, tú que descansas en la vida eterna junto al Señor, escucha nuestras plegarias.
_Comencemos con aquel rezo que el maestro nos enseñó: Padre Nuestro, que estás en los cielos,..........de nuestra muerte. ¡Amén¡
Yo miraba el techo, las estructuras, la bóveda, los frescos pintados. Los ojos van al cielo, pero únicamente del templo, para mirar sus ventanas superiores, un andamio
altísimo amarrado con cordeles a una pasarela, donde se observaba pintura nueva, y en mi encantamiento intentando acortar el tiempo, una aguda campanilla me aterrizó pudiendo mirar que estaban todos hincados y el curita alzaba el cáliz.
Yo estaba de pié escuchando a un sacerdote muy latoso, que minutos después decía: Juan Olmedo... naciste de polvo y en polvo de convertirás... pero como dijo nuestro Señor, vivirás la vida eterna. ¡Amén¡ a coro
_ Por Cristo, con Cristo y en Cristo, recibe Señor esta ofrenda....
Ya terminada la misa a Juanito, se acercaron seis brazos fuertes para sacarlo a pulso por el pasillo central. Allí se notaban las fortalezas de unos y debilidades de otros, que tropezaban cuando quien iba atrás le pasaba a llevar el talón con la punta del zapato.
Cerrada la puerta de la camioneta, comenzó la maratón de correr a los autos y partir en caravana, cola que avanzaba lentamente, pero sin detenerse bajo ninguna circunstancia. Había comensales poco conocidos que van paralelo a la procesión, señalizando para que alguien les ceda un hueco para meterse, pero como nadie los conoce, les hacen desprecios y encerronas creyendo que son intrusos que quieren doblar a la derecha.
Terminado el recorrido hasta el interior del cementerio, cerrados los autos, sigue la tertulia como el día anterior, nuevamente los saludos, abrazos, sonrisas, palmaditas, hasta que aparece un carrito con el ataúd de Juanito, colmado de coronas y flores.
En ese momento se produce silencio, se abre la reja mohosa del mausoleo familiar y comienzan los sepultureros a despejar la urna para depositarla en el lugar abierto
que esperaba a su nuevo huésped. Allí se produce el momento crucial del funeral de Juan Olmedo. El silencio lo deja escuchar todo. Los chirridos del ataúd que se desliza para acomodarse. Las primeras lágrimas de una hermana. Su marido que intenta abrazarla. Ojos humedecidos. Otras lágrimas altamente contagiosas de la madre, hermanas, primas. Nadie habla. Alguien se acerca a abrazar a la madre y ésta rompe en llantos. Aparecen pañuelos de a pocos. Uno de los hermanos comienza la retirada en el momento más esperado por toda la concurrencia y en pocos segundos, se disgrega esa multitud para nuevamente formar pequeños grupos con esos intereses comunes que continúan en amena charla.
Cinco minutos después, ya nadie se acordaba de Juanito. Las penas habían aflorado y todo volvía a los causes de una familia que enfrenta más un matrimonio que un funeral.
WIRIYO
Diciembre 12 del 2002
jueves, 27 de marzo de 2008
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