La conoció en una librería. Sus ojos se reflejaron deslumbrados como espejos enfrentados.
No recuerda ya como rompieron el hielo, pero lo cierto es que a poco andar entrelazaron los dedos con asombrosa naturalidad y caminaron juntos por ese parque, absortos en su mutuo descubrimiento. Tampoco tuvieron noción de cómo transcurría la tarde cuando tomados de la mano conversaban de sus cosas.
Se llamaba Teresa y trabajaba como vendedora en una editorial. Ese día disponía de tiempo o más bien, éste perdió su sentido. Charlaron de todo y de nada, hasta que tuvo un sobresalto cuando ella súbitamente le dijo que podrían terminar la jornada en su departamento sirviéndose un trago. Y diciéndoselo, le apretó la mano.
Iba a ser suya de inmediato. El corazón casi se le sale por la boca. Ella, sin esperar respuesta, lo remolcó con suavidad hacia su domicilio, a no más de cinco minutos caminando.
Ella le conversaba de diferentes tópicos y no cesaba, quizás para disimular. El con la garganta seca, apenas pudo comentar con torpes monosílabos.
Cuando cruzaron el umbral de su departamento, Teresa lo besó prolongadamente apretando su cuerpo contra el suyo y él le devolvió un apasionado beso. Lo hizo de acuerdo a lo que se espera en un trance como ese, mordiéndole suavemente los labios, cerrando los ojos y apretando con las manos su trasero, como si quisiera fundirla contra él. Ella gimió y mientras lo hacía, lo arrastró hacia su dormitorio.
La cama era el destino final que los uniría. Abrazados, se desplomaron en ella y mientras se revolcaban se preguntó con cierto pánico si esa dureza sería suficiente. Tenía fe en su deseo y su potencia, pero no estando totalmente seguro, detuvo la mano de la mujer que recorría ansiosa por su abierto pantalón.
Entonces la besó en los labios para prolongar la angustia deliciosa antes del ardoroso acto.
Ella insistió nuevamente en lo mismo, pero él esperaba que su órgano respondería del modo que se presume en estos casos, pero por el momento lo sentía sólo blandamente interesado, como si recién estuviera considerando el caso.
Se preguntó si debía permitirle a esa tipa que se lo tomara para enardecerlo de una vez por todas, pero Teresa hizo presa de su miembro. Sin ropas, lo apretujó como al cogote de una gallina antes de morir.
Lo manipulaba sin efecto alguno. En verdad esa porción de si mismo estaba por completo al margen del suceso. Teresa le hizo sexo oral y en un último ímpetu de desesperación multiplicó sus fuerzas, pero si en algún momento se enderezó, en manos de Teresa, terminó por un piadoso recogimiento perdiendo todo el terreno ganado.
_Mi amor, dijo él vacilante y con el rostro ardiente como víctima de esos sofocos que sufren los viejos con problemas circulatorios.
_¿Qué imbécil? gritó ella con repentina violencia y desdén.
De un salto se paró frente a él, y detenida al pié de la cama lo miró como quien observa una cucaracha.
_Pero mi amor ¿qué te sucede? Esa pregunta de más, aumentó su bochorno.
_ Si no puedes ¿para qué viniste? Si eres impotente ¿para qué te metiste conmigo?
Ella contemplaba su desverguenza porque él se había quedado de espaldas en la cama con los brazos cruzados detrás de la nuca y sólo la miraba a hurtadillas, en el más absoluto silencio. Era tanta la indignación de esa mujer que había puesto su alma para obtener una ardorosa tarde de placer, que se abalanzó sobre el hombre golpeándolo con sus puños en pleno rostro. Aterrado, él brincó de la cama mientras era perseguido por ella con gritos de furia, obligándolo a salir desnudo fuera de su departamento, con la ropa que alcanzó a sacar. Se encontraba en el pasillo de los ascensores y tras un sonoro portazo agazapado en la caja de escalas muy humillado, comenzó a colocarse los calcetines, los calzoncillos… hasta que terminó su ritual. Entonces se acercó nuevamente a su puerta y tocó el timbre con prudencia. Cuando ella abrió muy seria, entregándole la chaqueta y un zapato, entonces él puso su mano en el umbral, le dijo adiós… y ¡perdóname! ¿Te puedo llamar otro día?
WIRIYO
10.11.2007
domingo, 30 de marzo de 2008
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