Doña Luisa, única tía de Ernesto y Javier, había enviudado recién sin descendencia directa . Habitaba con su nana un inmenso caserón antiguo de dos pisos, con ocho habitaciones, un baño, más el de servicio, un inmenso sitio, rodeada de antiguos muebles.
Su sobrino Javier y señora ,luego de una visita a la pobre tía viuda, decidieron arrendar su propiedad e irse a vivir con ella como una forma de obtener otro ingreso.
Cuando se enteró Ernesto que su hermano se había ido a vivir con ella, se le descompuso el alma y se le metió en la cabeza que él quería esperar la muerte de la viejita para estar presente allí adentro de la casa y así heredarlo todo. Luego de eso sería muy difícil sacarlo de allí, aunque le hubiese ganado un juicio con abogado.
Ernesto con su mujer y familia, también decidieron ir a visitar a la tía. Allí le solicitaron el consentimiento para que también los dejara vivir con ella. La señora estaba fascinada de tanta compañía y demostración de afecto, aun cuando sabía sus dos sobrinos eran interesados, calculadores y descariñados con ella.
En una semana estaban las dos familias instaladas, esperando la herencia a partes iguales
_ ¡Ernesto, tu cuñada y sobrinos me sacaron los huevos, las paltas y la mantequilla que compré esta mañana!
Cuando llegaron las primeras cuentas de consumo, se dieron cuenta que los valores estaban más allá de toda prudencia, considerando que ellos debían pagar todo a medias.
_¡Ernesto me faltan calcetines y una camisa que estaban colgados! ¡Tu cuñada es aficionada a lo ajeno! ¡Habla con ella para que me los devuelva, por favor! Los dormitorios comenzaron a transformarse en cocinas, comedores y despensas. Las mujeres se tenían mutuo recelo y había que dejar todo guardado con candados. El hermoso jardín se secó por completo porque ninguna quería regar, mantener el pasto, ni barrer. Bolsas de basura amontonadas al fondo, eran abiertas por gatos y roedores, produciendo mal olor.
Ambas familias competían por el uso del teléfono; a la cocina cada uno se trasladaba con sus utensilios; en el baño, la ducha más larga, la meditación más prolongada. Cada habitante debía llegar, como un pensionista, con toalla, pasta de dientes, peineta, un rollo de papel higiénico y su jabón. No se podía tender ropa en el patio porque la otra familia la recogía. La guerra estaba declarada sin tregua.
Así comenzaron a transcurrir los meses y los años, los hijos se fueron casando. Doña Luisa no se involucraba en los líos de su familia. Ella más bien prefería eludir, no preocuparse del estado financiero, de las relaciones familiares de sus parientes y gastaba toda su pensión en las necesidades personales. No deseaba ser burlada por ningún sobrino.
Numerosas veces las peleas pasaron de los gritos, a las pataletas, insultos y a las manos.
En tal casa había dos bandos irreconciliables que se resistían hasta de pagar las cuentas.
La casa se fue deteriorando y nadie se preocupaba de hacer arreglos. Los baños estaban tapados y el agua siempre corría. El aseo era cosa de cada familia en particular en sus lugares ocupados. Los espacios comunes estaban abandonados Se vívía en medio de la mugre. El olor a comida flotaba en el ambiente. Las ratas llegaron a convivir junto a hormigas, cucarachas, con estos emparentados combatientes.
Después de diez años, los padres habían encanecido prematuramente por tanto desacuerdo y rencilla. Tanta hostilidad los había dejado neuróticos a todos, menos a la dueña de casa que acompañada, vivía al margen y se mantenía vigorosa como si fuera una prima más.
Desde afuera la casa se veía añejada, con tejas corridas, caídas rejas, pinturas descascaradas, persianas de maderas colgando desarmadas, grietas en muros, vidrios quebrados. Su aspecto era de evidente abandono.
Así como era por fuera, también era por dentro. Nada funcionaba. Las personas menos.
Un día enfermó Marta y jamás volvió a recuperarse.
_¡Ernesto, tu cuñada está enferma! ¡Anda a preguntarle si necesita algo!
Su marido estaba desolado, pero continuaba su lucha personal. Sus hijos se habían marchado todos, luego de compartir allí un par de años casados. Entonces ya doña Luisa vivía recluida en su dormitorio. Había que subir con su comida y para ello quedaba Erika como la empleada de su tía política.
_¡Yo tengo que ser la única tonta obligada a preocuparme de ella!
Muchas veces le rogó a su marido, durante muchos años, salir de allí y despedirse de la
casa, porque esa vida no era ni para perros.
_ ¡Esta casa nos va a enterrar vivos a todos!
_¡Jamás partiré de esta casa mientras viva, salvo que mi hermano se haya ido!
Un día falleció la vieja tía a los 97 años. Todos la lloraron, sólo para simular.
Después del cementerio, nuevamente Erika le suplicó a Ernesto, ya jubilado, que arrendaran un departamento para terminar sus vidas en paz, donde pudieran recibir a sus hijos y nietos.
_¡Erika, tú no sabes que nos citó el abogado de la tía mencionando que ella había hecho un testamento ante notario, dejando un tercio para una sociedad de mascotas abandonadas! _¿y los otros dos tercios? _ ¡Otro tercio se lo dejó a una asociación de prostitutas retiradas!
_ ¡El último tercio...
_ ¿Eso nos dejó a nosotros?
_ ¡No! ¡El último tercio fue para la confederación de payasos de Chile!
WIRIYO 01-03-2005
viernes, 28 de marzo de 2008
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